En el aprendizaje vital la exigencia puede ser una buena compañera de viaje: puede ayudarte a ser constante, a cumplir con objetivos y metas que son importantes para ti y puede movilizarte en muchos aspectos. Pero, cuando la exigencia se convierte en insistente, se vuelve inflexible y cuestiona cada paso que das o cada emoción que sientes, bloquea y deja de ser una amiga con la que caminar.
Me gustaría que hoy pudiésemos reflexionar juntas sobre cómo está tu exigencia y si suena muy alto. Una manera de darnos cuenta de cómo está es a través del diálogo interno.
¿Alguna vez has pensado en la forma en la que te hablas?
Seguro que te has dado cuenta de que dentro de ti hay una voz interna. A esta voz, le denominamos diálogo interno: es aquella conversación que tenemos con nosotras mismas y que puede ser muy determinante en algunos momentos.
Puede condicionar:
- cómo nos percibimos a nosotras
- cómo nos colocamos en nuestras relaciones
- cómo afrontamos retos
- qué emociones aparecen más a menudo
Cuando la exigencia está muy activada en ti puede ser que esa voz con la que te diriges hacia ti misma sea muy contundente, crítica, fría y, en definitiva, exigente. Es ahí, cuando tu sistema entra en alerta y aparecen emociones desagradables y tu percepción de ti misma se ve devaluada (Neff, 2022).
Darse cuenta de cómo nos dirigimos a nosotras mismas puede ser algo complicado ya que puede ser muy automático y puede venir de lejos. Por ello es importante como primer paso, observar cómo es y ver si cambia mucho cuando nos dirigimos al resto.
Con nosotras, ¿es dulce, es amable y bondadoso? ¿O es contundente, crítica y exigente? y… ¿Con los demás?
Si ese diálogo:
- Es muy diferente según nos dirigimos a otros o a nosotras mismas
- No valida
- Usa el error para castigar y no para mejorar o aprender
- Es generalizador
- Va acompañada de emociones desagradables como la culpa
Puede que sea un diálogo interno crítico y que necesite ser flexibilizado para que se convierta en un buen compañero de viaje.
Gracias por leerme y darnos espacio.
Un abrazo,
Annabel